viernes, 17 de abril de 2015

Los duendes y el zapatero - oficios y profesiones - cuento

 Había una vez un zapatero que era pobre, tan pobre que ya no le quedaba más que el cuero necesario para hacer un par de zapatos. Llegada la noche, cortó los zapatos que había de hacer a la mañana siguiente, preparó la labor  y se fue a dormir.
    Por la mañana, cuando se preparaba para sentarse al trabajo, se encontró encima de la mesa, perfectamente acabados, el par de zapatos. Y tanto se asombró, que no sabía lo que pasaba.

    No tardó en entrar en la tienda un comprador y, al ver los zapatos, le gustaron tanto y tanto que pagó por ellos más del precio ordinario, y así el zapatero pudo comprar cuero para dos pares de zapatos más.

    Por la noche los cortó y al día siguiente, con nuevo valor, fue a ponerse al trabajo, pero no necesitó dar ni un punto, pues allí estaban terminados los cuatro zapatitos. Y no tardaron en entrar compradores y llevárselos. Tanto dinero dieron por ellos, que el zapatero pudo comprar cuero para cuatro pares de zapatos.

    A la mañana siguiente, los cuatro pares estaban terminados, y así sucedió todos los días; cuanta labor cortaba el zapatero por la noche, por la mañana la encontraba acabada y, como se la pagaban muy bien, no tardó en convertirse en hombre de buena posición.
    Una noche, cuando el zapatero tuvo terminado su trabajo, dijo a su mujer:
    -¿Qué te parece si esta noche nos quedamos a observar quién es la persona generosa que así nos ayuda?

    La mujer del zapatero asintió; encendieron una vela y se escondieron en un rincón del cuarto, detrás de unas ropas que allí había colgadas.

    A medianoche vieron llegar a dos hombrecillos desnuditos que, subiéndose a la mesa del zapatero, cogieron la labor entre sus deditos y empezaron a coser, encerar y trabajar tan deprisa y tan bien que el zapatero no podía creer lo que veían sus ojos. Los duendecillos no pararon un minuto hasta que tuvieron todos los zapatos terminados sobre la mesa; luego desaparecieron rápidamente.

    Al día siguiente dijo la mujer del zapatero:
    - Los duendecillos nos han hecho ricos y deberíamos demostrarles nuestra gratitud. Se ponen a trabajar desnuditos y deben de tener frío. Voy a hacer para ellos calzones, chaquetas, chalecos y dos pares de medias; tú les harás un par de zapatos para cada uno.
    Al zapatero le pareció de perlas la idea de su mujer y, por la noche, cuando los presentes estuvieron terminados, los dejaron sobre la mesa.

    A medianoche aparecieron los pequeños zapateros saltando y brincando y fueron a ponerse al trabajo pero, en vez de encontrar el cuero cortado; encontraron lindas ropitas. Al principio se sorprendieron mucho; luego, se pusieron muy contentos. De prisa de prisa se vistieron y calzaron cantando:
    -Ahora que vamos calzados nosotros, ¿quién trabaja para los pies de otros?
    Y saltaron, brincaron gozosos sobre sillas y mesas y, al fin, se marcharon, siempre contentos. No volvieron nunca más, pero el zapatero les quedó por siempre agradecido y vivió, hasta el fin, dichoso y rico.


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